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Alberto y la fábrica de ideas

«Sapientia sola libertas est (la sabiduría es la única libertad)» – Lema latino algunas veces atribuido al filósofo y político bético Séneca

No hay duda que la crisis del Coronavirus está cambiando y poniendo a prueba todo nuestro entorno. Saldremos de esta con total seguridad, pero también estoy convencido que esta crisis supondrá un punto de inflexión en muchos aspectos. Podría hablar del impacto en la economía, hacer una crítica al sistema político, también cabría el hacer un análisis sobre las relaciones sociales, así como una infinidad de temas más influidos por esta pandemia. Pero escribo esto para hablar de la universidad.

Prácticamente toda mi familia directa se dedica a la enseñanza en el sector público, copando casi todos los niveles académicos posibles. Desde la primaria, pasando por enseñanzas medias, educación de adultos y finalmente, la universidad. Por lo que me es un mundo bastante conocido y no descarto en el futuro seguir la «tradición familiar». Ya desde pequeño, por la separación de mis padres, pasé mucho tiempo en centros docentes. En el colegio de adultos, donde mi madre impartía clases principalmente a esas mujeres ancianas de mi pueblo, que habían trabajado en la aceituna y no tuvieron la oportunidad de ir al colegio durante la dictadura; como a la universidad, donde mi padre daba lecciones de Matemáticas a futuros ingenieros informáticos.

Fueron varios años en los que mi entretenimiento era perfeccionar mis aviones de papel con el material de oficina de la sala de profesores del centro de adultos, o atando las sillas de las salas de ordenadores del departamento de Matemática Aplicada para hacer trenes con los que jugar. No obstante, el subestimar las capacidades cognitivas de un niño es un error en el que los adultos suelen caer y juegos aparte fui, año a año empapándome de todo ese ambiente. Año a año hasta que por fin superé la selectividad y entré en esa escuela de ingenieros informáticos en la que tanto tiempo había pasado.

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Por aquellos momentos, mi promoción era la última del conocido como Plan del 97. Aquel plan que se desmarcaba de las enseñanzas superiores del resto de Europa, ofreciendo una preparación en 5 o 3 años bastante superior en muchas ocasiones que la de nuestros compañeros de continente. Eran tiempos de lucha para los estudiantes y algunos profesores, ya que no queríamos perder esa educación privilegiada que nos destacaba fuera de nuestras fronteras. Encierros, manifestaciones y otras formas de lucha estudiantil se sucedieron, hasta que finalmente, el maldito Plan Bolonia, fue una realidad. Desde entonces, los estudiantes universitarios, perderíamos parte de nuestra formación, la asistencia a clases sería obligatoria (otorgando así al profesorado, un rol paternalista y destruyendo la capacidad autodidacta del alumnado), hacía que cursar un máster fuera prácticamente necesario para completar la formación, subida de tasas haciendo la universidad pública menos accesible, entre otras cosas.

Pero antes que eso pasase, tengo el recuerdo de una clase que creo que me acompañará siempre. Era una clase de introducción a la universidad, de esas de créditos de libre configuración (en el plan del 97 se nos obligaba a matricularnos de actividades fuera de nuestra carrera, tales como: deportes, cursillos o asignaturas de otras titulaciones). En esa clase, la directora de la biblioteca de informática nos puso un vídeo sobre la lucha estudiantil contra el Plan Bolonia, que terminaba con un chaval en una manifestación diciendo algo así como:

«¿Que por qué estoy aquí? estoy luchando, para que la universidad no deje de ser una fábrica de ideas»

Reconozco que se me saltaron las lágrimas. Y en cierto modo, me prometí que haría por seguir esa lucha en un mundo que cada vez enfocaba la universidad a un mercado laboral, más que a formar personas. Y es ese uno de los principales motivos por los que, tras terminar Ingeniería Informática en la Universidad de Sevilla (habiendo ejercido durante casi tres años sin el título en Madrid), me matriculé en Ciencias Políticas en la Universidad Complutense de Madrid. Podría haberme matriculado de un máster, sí; para mi carrera laboral, es lo que más sentido tenía. Pero joder, aún sigo creyendo que la universidad es una fábrica de ideas, además de considerar que hay que «mantenerlo renacentista» y empaparse del saber en todas sus ramas.

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Y todo iba bien hasta que surgió esta crisis del Coronavirus, la cual ha puesto a flote toda esa mierda de la universidad, que muchos se negaban a ver. Esa de profesores desganados y con falta de amor por su trabajo. Esa de alumnos que más que luchar por su educación, parecen más preocupados por no perder las vacaciones de Verano.

Durante los últimos días se han ido sucediendo tanto por parte de los organismos de gobierno de las universidades, como de parte del profesorado, así como de algunos alumnos; una actitud ruin que poco casa con esa idea de la fábrica de ideas. La terrible falta de implicación de algunos profesores por seguir formando a sus alumnos en el periodo de cuarentena, que pone de manifiesto que la universidad, da cobijo a indeseables que bloquean la entrada de jóvenes que ocupen su lugar. Las escusas baratas, se han sucedido en estos días, el motivo de ellas me es igual. Lo único que me importa es que la gente tome conciencia de la institución a la que pertenece, ya sea alumno o profesor, y dejemos a un lado ciertos intereses personales para, de forma común superar esta crisis sin dejar a nadie atrás. La universidad pública se lo merece, así como todas aquellas personas que formamos parte de ella del modo que sea.

Finalmente, para no dejar esto en una anécdota personal y una crítica, creo que a día de hoy y con todos los factores sobre la mesa, creo que lo adecuado sería suspender el segundo cuatrimestre. A excepción de aquellas actividades que no eran esencialmente presenciales antes de esta crisis, como trabajos de fin de grado/máster. Que toda actividad suspendida, a efectos administrativos cuente como si el cuatrimestre no se hubiera realizado, es decir, que no corra convocatoria. Y que esto evidentemente no suponga la pérdida de beca, para aquellas personas afectadas.

Sé que es complicado aceptar que se va a tardar más tiempo en completar los estudios, pero también hay que ser consecuentes con la situación a la que nos enfrentamos, en la que en el momento que escribo esto, hay 15238 muertos y casi 10 veces más de infectados confirmados en nuestro país. Solo me resta desearles suerte, que cuiden su salud y ánimo porque esto lo vamos a superar.

 

Un comentario el “Alberto y la fábrica de ideas

  1. Julián Sierra (@Anradez)
    abril 19, 2020

    Recuerdo que en esa misma escuela de informática, el secretario de aquel entonces me comentó que dicha escuela era la que tenía la menor tasa de absentismo de toda la universidad de Sevilla por parte del profesorado. Aquello me sorprendió, pero me explicó que en otras carreras, sobre todo aquellas que son más teóricas, el profesor llegaba un acuerdo con sus alumnos para no tener que ir a clase porque, total, lo que iba a hacer era leer el libro. Él se libraba de trabajar y ellos de ir a clase. Parecía que ninguno le importaba lo más mínimo para lo que realmente estaba allí.

    Me gustaría pensar que, al ponerse en relieve estas situaciones por el coronavirus, las cosas cambien. Por desgracia, pienso que va a ser a peor: El sistema cambiará para adaptarse a lo que hay y, desafortunadamente lo que hay es un sentimiento generalizado de ver las carreras como un mero trámite en vez de como una etapa vital, con todo lo que eso conlleva.

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