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Un pueblo que aborrece votar

Hace poco la organización para la que trabajo, la federación Internacional de triatlón se vio envuelta en un escándalo. Terminaba la carrera de mujeres en la prueba de Tokio, clasificatoria para los juegos Olímpicos del 2020. Y a falta de unos metros para acabar, Jessica Learmonth y Georgia Taylor-Brown; amigas, compañeras de entrenamiento y compatriotas, decidieron agarrarse de las manos para cruzar la meta juntas. Según las reglas, el no luchar por el primer puesto, es motivo de desclasificación y así se hizo.

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Si, puede que fuera una imagen bonita de ver, como así lo fue. Pero las reglas, tienen su sentido, proteger el sistema, y si tales acciones no están sujetas a un posible proceso disciplinario, el deporte, corre el riesgo de sufrir: resultados acordados, tácticas de equipos y tal. Las reglas conductivas son algo común en la industria. Como lo son los 24 segundos de posesión del baloncesto y otros tantos ejemplos que podría citar.

Por ello, la construcción de reglas que administren cualquier sistema, es tan crucial como complejo. Las relativas a la constitución del poder ejecutivo de nuestro país, cada vez ponen más de manifiesto un evidente problema de diseño. Desde hace unos años -ya que esto de votar más de una vez para la misma legislatura no es algo nuevo- hemos terminado en un proceso iterativo de elecciones-investiduras. Y pese a todo seguimos culpando a los políticos.

¿Y si el problema está en el sistema?

Sin ánimo de justificar o exonerar, me parece injusto el culpar a los actores de un mal guión. Nada obliga a los representantes del pueblo en el legislativo a ponerse en común para nombrar a un presidente, ni hay reglas efectivas para resolver este tipo de situaciones de bloqueo. La única regla que hay es la de la fuerza bruta, el votar hasta que salga una cámara que elija a un presidente, una solución muy eclesiástica por otro lado, como si de un cónclave se tratase todo esto. Parece pues, que los Padres de la Constitución no contemplaron el caso de una cámara diversa y heterogénea, pero claro, no les culpen: se hizo lo que se pudo y venían de donde venían.

No obstante yo si les culparé de varias cosas, tres en concreto: El sistema de reparto de escaños, el de elección del presidente y los partidos políticos.

Después de todo, cuando se entra a analizar el proceso de elecciones, se puede apreciar en muchas partes la protección por las fuerzas mayoritarias. El reparto y asignación de escaños por votos, es un ejemplo de ello, donde las formaciones más votadas son las más beneficiadas en cada circunscripción. Puede que lo que se buscase con ello, es que fuera complicado llegar a votar una cámara con más de 3 fuerzas mas o menos similares. Fallaron. Pese a que el sistema de votos esté diseñado para fomentar cámaras bipartidistas, no lo asegura [ni debería].

Otro error de los Padres de la Constitución (o acierto, si lo miras desde la óptica de los partidos), fue el diseñar un sistema de elección que pareciese presidencialista cuando no lo es. Nosotros al votar, la mayoría de las veces no tenemos ni idea de por quién estamos votando, ya que avalamos a gente en la lista de nuestra provincia para que ellos vayan al Congreso. Y ya en un segundo término, esos representantes nuestros, voten a un presidente, que en una tercera vuelta del asunto, elija miembros de su gobierno. En ningún momento los españoles votamos a un presidente (pero se hace pensar que si), es más, con la ley en la mano el presidente no tiene ni por qué ser diputado ni ser de ningún partido político. ¿Esto que significa? que tras formar el congreso, el Rey consulta con los representantes de los partidos electos para valorar el dar el visto bueno a algún candidato propuesto para que trate de ser investido. Con lo cual, cualquier formación podría proponer, yo qué sé, a Rosalía como presidenta y pese a no ser diputada ni militante, el Rey podría dar el visto bueno para su proceso de investidura y que la cámara que nosotros si elegimos, la votase o no para ser la primera presidenta del país.

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Una vez elegida Rosalía, sería ella -y no el partido de turno- la encargada de formar gobierno. Pero claro, en la práctica todo se queda entre partidos. Lo cual me lleva a otro fallo de diseño: los partidos políticos. El gran problema de los partidos políticos daría para un artículo propio, pero se puede resumir en que matan la capacidad de consenso de sus representantes en la cámara, pues son meros títeres que votan decisiones en bloque. Ningún diputado va a votar otra cosa que no sea lo que vayan a votar sus compañeros por el riesgo a ser repudiado. Esto sin duda, es el mayor problema del sistema parlamentario de nuestro y otros países.

Pero claro, los partidos son convenientes, permiten aficiones y aficionados, con los consiguientes discursos y reproches de tu partido hizo esto o lo otro. Permite a los ciudadanos mantenerse alejados de los asuntos de estado, ya que es problema de sus representantes, el ciudadano, solo tiene que preocuparse de votar cada 4 años a quien va a defender sus intereses. El ciudadano no necesita tener cultura política, pues confía en que el partido de turno dé la voz de alarma cada vez que sea necesario. Y esta legitimidad carismática (apelando a las legitimidades descritas por Max Weber) de la que gozan los partidos, es lo que mata la democracia, no el juego sucio de un partido a la hora de conseguir entrar en el gobierno.

De todo esto deriva nuestra apatía y forma una masa de gente que solo se preocupa que de sus votos salga un gobierno, sin conocer lo más mínimo el proceso. De todo se deriva el pesar de un pueblo que parece aborrecer el votar.

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Esta entrada fue publicada el septiembre 18, 2019 por en Política.