Hidden track report

Confidencias de un taxista pekinés

«El mundo es un libro, y quienes no viajan leen sólo una página». – Agustín de Hipona 

Son las diez menos diez de la noche en Pekín y sobre mí pesa un largo día; de no ser por querer narrar los hechos acontecidos hoy de forma que tenga fresca la memoria, estaría rendido en la cama y este texto no tendría un origen manuscrito sobre las partes traseras de las reservas de trenes y hoteles que he visitado y visitaré. El móvil se me antoja tedioso para esta tarea y hasta volver a España no dispondré de otros medios que lápiz y cualquier papel con un espacio en blanco para escribir algo. No obstante, sé que el texto no será tal y como lo concibo ahora.

Puede no parecerlo, pero tienen un cierto orden

Puede no parecerlo, pero tienen un cierto orden

No es mi intención contar mi itinerario -tal y como está haciendo mi padre en su blog (Links: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9 y 10, las cuales son muy recomendables)-, más allá de ello pretendo inmortalizar una «conversación» que me ha marcado a fuego el rostro de un taxista pekinés:
Todo comenzó tras completar con éxito mi primer acto de regateo en China; cosa muy común por estos lares, pero no tan frecuente de donde yo vengo, algo, que los locales parecen tener presente. Y es que todo a la venta sin precio a la vista aquí es susceptible de ser negociado, donde la persistencia es un gran aliado a la hora de evitar el timo iniciado por el ofertante de turno. Tras rebajar 5 Yuanes (una miseria) el precio del trayecto del hotel donde nos alojamos mis compañeros de viaje y yo, hasta la estación de autobuses de Dong Zhi Men; donde buscaríamos un autobús que nos acercase a Mutianyu, una sección cercana de la Gran Muralla China.
De camino a la estación, el sagaz taxista, sacó su teléfono y comenzó a hablarle, acto seguido una voz en inglés salida del aparato preguntó si íbamos a Mutianyu. Tras un asentimiento, volvió a recurrir al traductor Mandarín-Inglés, que horas después nos brindaría un reflejo de la sociedad del país en el que nos encontramos. Esta vez, la voz del teléfono nos lanzó una oferta: 700 Yuanes, por llevarnos él hasta la muralla. Aquí llegó el segundo regateo, finalmente fueron 650 (unos 89€). En el acto cambiamos de dirección. Tras minutos en el bullicioso tráfico pekines, el cual transitaba por avenidas gigantescas cuyo fin era una neblina de polución; nos topamos con un majestuoso edificio a la par que parco en el lado izquierdo a nuestra marcha. El conductor, pese a no entender nada de lo que decían nuestras palabras, pareció captar por completo nuestro lenguaje no verbal que transmitía impresión por tal colosal edificio. Inmediatamente, el taxista de cuyo complejo nombre me resultó imposible de recordar, recurrió de nuevo a su intérprete:
-¿os gusta ese edificio? -le confirmamos que si, tras lo cual volvió a pulsar de los dos botones presentes en su pantalla, el azul; grabando en mandarín el punto de inflexión en nuestras futuras conversaciones. Al poco pudimos escuchar el batir de esa mariposa de Japón que provoca tiempo después un tornado en Arizona- A mi no me gusta -dijo la robótica voz angloparlante- me gustan los edificios viejos con historia, pero el «evil communist party» (esas tres palabras retumbaron en mi cabeza lo suficiente como para salir del parafraseo y ceñirme a la cita textual) los está demoliendo. He de reconocer que me impactó, pese a saber que me encuentro en una dictadura, hasta ahora no había visto muestras de disconformidad o indicios de una vida excesivamente reprimida. A diferencia de los lugares que he visitado anteriormente, nunca había estado en una lugar con un régimen como el chino, hasta ahora las dictaduras siempre las habían elegido las urnas de los lugares que he pisado. Es por eso que la frase me llenó de preguntas, las cuales, aún no me atreví a hacer. Así pues, me conformé con transmitirle que el día anterior habíamos pasado por un barrio de hutongs -el cada vez menos típico barrio residencial pekines de casas de ladrillo gris de una planta, cuyo estilo de vida, aparentemente estancando en el pasado, parece querer ser eliminado del centro de la capital del país del centro (como llaman en su lengua los chinos a su nación)- en proceso de demolición. Dicho barrio, localizado a la vera de una gran avenida de 8 carriles que para sorpresa nuestra en nuestra guía editada en 2015; lo cual daba a entender, que el monstruo de asfalto descansaba sobre los restos de un barrio residencial. Tal explicación me fue imposible de traducir lo que frustró nuestra conversación.
Continuó nuestro viaje por el norte de la capital china sin mas palabras que las nuestras, en la lengua de Cervantes claro está, lo que parecía producir cierta impotencia en nuestro chófer por no ser capaz de entrar en nuestra conversación y es que el traductor Mandarín-Inglés era mucho más eficaz que su recíproco por mucho que cuidases la pronunciación. Luego de poco más de una hora en la carretera, finalmente llegamos al complejo turístico que descansaba en la ladera de la cadena montañosa cuyas crestas quedaban dominadas por tal desmesurada obra del antiguo imperio chino, restaurado hace no tanto por aquel partido «malvado» del que nos hablaba el conductor.

Paseando por la muralla

Paseando por la muralla

Fascinado por la obra de varias dinastías Imperiales -compuesta de numerosas murallas siendo de la dinastía Ming esta sección en la que nos encontramos- no podía dejar de pensar en el taxista y su abierta denuncia del partido que aún domina el país, un país cuyo ideal comunista parece ser no más que un imponente disfraz, encabezado por el colosal mausoleo donde guardan a su primer líder; máscara que se me antoja cada vez más carnavalesca a medida que recorremos el país habiendo escrito estos últimos párrafos entre la estación norte de trenes de Xi’an y el hostal donde ahora me alojo en Shanghai. Al final el sueño me pudo en Pekín la noche que comencé este relato. Habiendo terminado nuestra visita, nos dispusimos a buscar a nuestro conductor. Ya que un sinfín de preguntas pululaban en mi cabeza, decidí tomar el asiento del copiloto y a pocos kilómetros de Mutianyu comencé, discreto pero implacable, mi interrogatorio.
Pese a que él fue el que dio pie al tema político, decidí ser prudente por si había cambiado de parecer. De esta forma, traté de encantar a la serpiente para que bailase fuera del cesto preguntándole sobre su trabajo. Declaró que tras 20 años a las manos del volante de un taxi pekines, estaba cansado del trabajo, las largas horas y el eventual trato con su compatriotas -de los cuales decía no ser de su agrado en comparación a los extranjeros, lo cual no sé si fue por agasajarnos los oídos- hacía que no quisiera prolongar más esas dos décadas de conducción. No había duda que el hombre se encontraba hastiado. Habiendo transcurrido largos minutos en silencio, saqué mi libro de frases chinas para intentar hablarle en su idioma, despues de buscar por él le dije:

«uo tsong shibanya lai»

Lo que viene a significar: Yo soy de España. Lo que no esperaba fue la larga respuesta en Mandarín del taxista, de la cual no entendí absolutamente nada, pero por lo menos me dio la sensación de haber hablado algo de chino. Continuó su retahíla en Chino mientras sacaba su segundo móvil y buscaba algo que para gran sorpresa nuestra resultó ser una canción de Julio Iglesias.

Las páginas del libro que me salvó la vida en más de una ocasión.

Las páginas del libro que me salvó la vida en más de una ocasión.

Allí estábamos, en una carretera secundaria del gigante asiático, escuchando a uno de nuestros artistas más internacionales; el cual, nunca ha sido santo de mi devoción y es por ello que le pedí mediante gestos un lugar para escribir. Habiéndome proporcionado una pequeña libreta y un bolígrafo comencé a escribir: CAMARÓN. No quise utilizar minúsculas por lo incomprensible de mi caligrafía, tras lo cual fue harto complicado explicar que había escrito en un cuaderno lleno de ideogramas a excepción de la página que contenía ahora, el nombre de una leyenda del cante flamenco y una de las mejores voces que ha dado mi país. Mucho mejor que Julio Iglesias, dónde va a parar. Finalmente cuando entendió mi intención, dijo que se descargaría algo de él.

Lo más comunista de China, sus baños públicos presentes allá donde vayas (sorprendentemente limpios)

Lo más comunista de China, sus baños públicos presentes allá donde vayas (sorprendentemente limpios)

Anécdotas aparte, trataré de no desviarme en mi objetivo central cuyo pilar se basa en la conversación que tuvimos una vez entramos en la capital del norte -como los chinos bautizaron a la ciudad de Pekín-; cuando ya veía que me quedaba mucho más tiempo, perdí toda discreción y directamente le pregunté:

-¿No te gusta tu gobierno? -Tras lo que se pudo escuchar la voz de mi padre- ¡No Alberto, no te metas en eso!

Tras la desganada y prudente advertencia de mi padre, sabía que se escondía la misma curiosidad que a mi me movía, pues de tal palo tal astilla. Pese a nuestras similitudes, más de 30 años nos separan, los que le valieron para vivir parte del Franquismo en el seno de una familia dividida por el exilio o la cárcel y casi el paredón que sufrió gran parte de la España en la guerra civil.

Habiendo escuchado en Chino mi pregunta, el taxista comenzó a cantar de lo lindo. Comenzó atacando la falta de libertad a la hora de poseer cosas, el taxi que conducía era del estado. Tras la referencia a la propiedad privada -cosa que he ido descubriendo que no es muy diferente aquí que en los países que miran con mejores ojos a Adam Smith que a Karl Marx, pero no adelantemos acontecimientos- se mostró disconforme con la falta de un sistema democrático, de esos que creía básicos en occidente. Democracia, ni en occidente sabemos lo que es y ya que no quería que tuviera idealizado lo que no lo merece, le dije que las democracias en occidente de democracia tienen poco más que el nombre.

-¡Alberto, ellos están a varios órdenes de magnitud! -se quejó mi padre. No me cabe la menor duda, pero me niego a tolerar que tomen mi mundo como una utopía tal y como parecía concebirlo. Y es por ello que le comenté algo del drama de la crisis en España, soltó una carcajada al saber que tanta gente en mi país estaba sin trabajo. Aún no sé el motivo, alguno tendría. Quizás lo vio un tema baladí al contrario de como vi yo su queja sobre el incumplimiento de los derechos humanos en su país.

Viendo que yo también tenía quejas sobre mi país me preguntó si me gustaba mi gobierno, tajante le respondí que no, acto seguido me preguntó si amaba mi país. No soy un patriota de esos de banderas, de los que salvan las patrias para condenar los pueblos, pero no dudé en ningún momento la respuesta a la pregunta, por supuesto que lo amo. Me comentó que el no podía quejarse del gobierno, que era motivo de pena de muerte, humildemente le dije que yo sí podía hacerlo con el mio; mientras tanto, ya me imaginaba al escuadrón de la muerte esperando nuestra llegada al hotel, como buen fan paranoico de 1984 que soy, dicho pensamiento estaba en bandeja. No mejoró mi inquietud cuando dijo: hay 90 millones de miembros en el Partido Comunista de China, si quisieran podrían matar a todos los de tu país. Psicología la aprobó copiando al parecer. También habló de la corrupción de esos 90 millones de personas, decía que todos los chinos ricos que se movían por occidente, eran familiares de miembros del partido. Estando en China nos llegó la noticia de lo de los «papeles de Panamá», parece que no estaba mal informado, muchos miembros del Partido Comunista Chino parecían poseer «empresas» en el país americano.

Puerta sur de la impresionante ciudad prohibida

Puerta sur de la impresionante ciudad prohibida

Tras tocar temas como el de la política de un solo hijo o la matanza de Tiananmén la conversación de política murió. Para gran alivio mío, en la puerta del hotel no había nadie esperando nuestra llegada. Le enseñé a pronunciar correctamente Camarón y alguna palabra en Castellano. Después de darle 700 Yuanes -lo que nos pidió inicialmente- nos acercó al sur de Tiananmén, donde se despidió con un decente «adiós».

Fuera del taxi bromeamos con delatar al «traidor revisionista» del taxista, sin duda, el humor trataba de darle algo de dulce al regusto amargo de la conversación. No obstante, a medida que pasaban los días por el país oriental y las sensaciones cada vez se alejaban más de lo que nos había contado.

No digo que no exista corrupción entre los miembros del partido, esos que posiblemente se encuentren recorriendo las calles de Hong Kong que ahora veo desde mi ventana, esos mismos que abordan el tráfico chino, inundado de humildes motos eléctricas, con lo último en alta gama europea. Tampoco dudo que tengan coartada la libertad en muchos aspectos, en cuanto a Internet, tienen del orden de 30000 personas revisando que se puede visitar o no de la red de redes. Pero si hay algo que me queda claro ahora es que la propiedad privada si existe, y mucho. La apertura económica de China no solo le ha valido para ser ahora la mayor potencia económica o para que Pekín se convierta en la ciudad del mundo con más millonarios, eso sin duda ha traído una tolerancia impropia a la propiedad privada impropia de un país que dice ser comunista. Evidentemente, resulta muy conveniente el comunismo para controlar los medios de producción al antojo.

La vista de la ex-colonia británica que gozamos desde nuestro hotel en Hong Kong

La vista de la ex-colonia británica que gozamos desde nuestro hotel en Hong Kong

No me malinterpreten, no digo que la propiedad privada sea algo malo, pues el crecimiento queda a la vista en muchos aspectos de la sociedad de allí y no me cabe duda que en poco tiempo los habitantes de allí podrán gozar de una vida más que próspera. No es que no lo hagan ahora, ya que les aseguro que traté de buscar la misera en cada rincón que miraba; pero aún les quedan muchos problemas sociales que salvar. Puede que el capitalismo salvaje que se aprecia por todos lados les ayude a la par que les perjudique, pero parecen conformes e incluso soliviantados -cual niño en un 6 de Enero- con un estilo de vida que ha emergido con promesas de una vida más cómoda, la que sin duda están consiguiendo. Y no les parece importar que esas promesas prácticamente obliguen a una vida de consumismo -que ya quisieran los «Yankees»- a todo aquel que busque un mínimo estatus social. Esto último he de reconocer que me ha decepcionado enormemente, pensé que tal vez allí podía ver una gran diferencia, al parecer, el mundo está roto allá donde vayas.

Finalmente, les diré que es un país maravilloso, pese a todos sus contrastes y a todo lo que no me ha gustado, me resulta imposible decir que el balance sea negativo en cuanto a lo que he visto por allí. Lo que si me ha gustado supera con creces lo que no. Solo me resta decir que espero volver tanto como que el taxista encontrase esta canción:

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Esta entrada fue publicada en abril 19, 2016 por en Cosas inclasificables y etiquetada con , , , , .